sábado, 3 de mayo de 2008

GI (VII): Goya retrata el horror de la guerra

Como estaba prometido en esta serie dedicada al Bicentenario de la Guerra de la Independencia, y en la fecha propicia, dediquemos una entrada a uno de los cuadros más celebrados de Francisco de Goya: El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío o Los fusilamientos del tres de mayo, óleo al que también se le atribuyó el título de Los fusilamientos de la Moncloa. La obra representa, con un gran dramatismo, uno de los episodios sangrientos que se produjeron en Madrid desde el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808.

Muchas son las referencias que podremos encontrar sobre esta obra (como esta), pero me centraré en ciertos aspectos que a mi juicio ayudan a entender el momento representado y la intencionalidad de la obra.

Para centrar los hechos, señalaré en primer lugar que la represión francesa se tradujo en diferentes fusilamientos que se produjeron en las afueras de Madrid: las tapias de San Ginés, El Pardo, la Moncloa, el paseo del Prado y la montaña de Príncipe Pío, el lugar que inmortaliza Goya en este famoso cuadro. Actualmente, ese lugar correspondería a las calles Ventura Rodríguez y Luisa Fernanda, según Jeannine Baticle, conservadora del Museo del Louvre y especialista en pintura española, con varios libros dedicados a Goya de gran prestigio. Baticle sugiere que el edificio del fondo del lienzo se correspondería con el convento de San Joaquín o de los Afligidos, aunque según donde busquemos información podemos encontrar a otros autores que lo identifican con la iglesia de San Francisco, que el propio Goya decoró en 1780, o con la iglesia de San Bernardino, por lo que habremos de tomar estas localizaciones con muchos reparos.

Una leyenda dice que Goya fue testigo directo de la escena representada, pues se especula que desde su casa de la calle Valverde, a unos mil metros del lugar, el pintor se valió de un catalejo para presenciar la masacre y que más tarde acudió a Príncipe Pío (denominado así en honor a Francisco Pío de Saboya, gobernador de Madrid y capitán general de Cataluña) para tomar apuntes “al claro de luna”. Tanto se ha especulado con este asunto que un autor, René Andioc, hispanista francés, ha constatado que aquella noche fue de cuarto creciente, y que el ocaso de la luna se produjo poco después de medianoche, por lo que poco claro de luna pudo aprovechar Goya. Pero parece cierto que el pintor de Fuendetodos tuvo informaciones precisas del suceso.

En el terreno puramente artístico, la obra ha sido ampliamente estudiada, con los diferentes planos en los que se distribuye la escena: los cadáveres amontonados en primer plano, los que van a morir de inmediato en el centro y los que esperan su fatal destino al fondo, con los soldados franceses a punto de hacer rugir sus fusiles a la derecha, de espaldas, sin rostros que nos permitan ver sus gestos. La escena la ilumina un enorme fanal que hace resplandecer la camisa blanca de la figura central, a quien ya identificamos en otra entrada como Martín de Ruzcabado. Como una modernizada crucifixión, Goya nos presenta al inocente perseguido injustamente con los brazos abiertos, un Cristo del siglo XIX al que incluso se le adivina un estigma en la palma de su mano derecha.

No es la única referencia a personajes sagrados que nos ofrece el cuadro, pues a juicio del historiador sueco Folke Nordstrom (quien también ha interpretado a Goya), el personaje difuminado de la izquierda, casi imperceptible su rostro, se corresponde a una representación de la Virgen María, que asiste muda y apesadumbrada los crueles acontecimientos.

La influencia de esta obra ha sido poderosa. La más evidente, mil veces comentada, es La ejecución del Emperador Maximiliano, de Édouard Manet, así como en Masacre en Corea (vista del cuadro), de Pablo Picasso. También ha sido comparada con El juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David, tanto por la estructura de la obra como por la contraposición entre los héroes y los mártires representados en ambos cuadros.

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